Km.11 Tempus omnia vorat. Hablamos de Al umbral de la horas de Mario Vega, 2016, Valparaíso Ediciones
Para Borges existían dos maneras irreconciliables de comprender el
tiempo: aceptarlo como un elemento circular y por tanto asumir que existe la
opción del eterno retorno, o bien considerarlo como una condena de sentido
único.
Al umbral de las horas es,
no sólo el primer libro de Mario Vega (Oviedo, 1992), sino un diálogo entre la
conciencia, la pérdida y la soledad consecuentes de la obsolescencia del
hombre. A pesar de lo dicho, el poeta no viaja solo en su ópera prima; sus
influencias y maestros están presentes: T.S Eliot, Marcial, Luis García
Montero, Propercio o Keats son algunos de ellos. Su conocimiento de la poesía
clásica se traduce en una voz personal y solemne, así como en el
conocimiento –y el uso– de las formas
métricas clásicas. Mario desenvuelve su poesía con soltura entre silvas
impares, versificación irregular, endecasílabos, sonetos y, no menos
importante, con tankas.
Las palabras de T.S Eliot recuperadas del poema East Cocker: “In
my end is my beginning” como verso de entrada, se presentan como
primera tesis y también como la corriente que subyace en el interior de los
poemas que engloban las tres partes en que está dividido el poemario.
Detrás de Amarilis
descubrimos el pseudónimo de un primer amor. El deseo inherente a la memoria
impregna todos y cada uno de los poemas que forman esta primera parte. Hay lugar
para el recuerdo amargo: “Tomaste
otro camino diferente/ donde la soledad no es para quien la habita,/ allí donde
no hay sombra, ni miedo, ni vergüenza”; lugar para el erotismo “tu fiel mano medita/ qué hacer con este cuerpo que te
entrego”; y lugar para
la despedida en un poema de cierre cuyos versos en tono elegíaco rezan: “En el umbral perenne de la
luz/ aguardan tu partida,/ mi regreso”.
Será en La orilla donde la
preocupación de Mario por el tiempo y la persistencia del recuerdo se
convertirán en la temática que regirá los poemas sucesivos. La influencia
barroca también es notable en la poesía de Mario como bien demuestra con su Variación de un poema de Kavafis donde
reconstruye su conocido poema El espejo de
la entrada; la dificultad de tomar la idea sutilmente sin perder la
voz propia es uno de los hallazgos que vale la pena destacar. También hay
poemas de corte existencialista como en Lo
efímero: “La muerte
es esa pausa/ mal hecha/ entre la vida y el recuerdo” o
los versos finales del poema Ciudadano: “Reverbera el silencio de los
hombres/ la contraria miseria de sabernos/ los reyes de la nada”.
El tono agridulce de Soledades
se manifiesta en la reflexión y en una sensación de pérdida que, como indica
Antonio Gamoneda, se traduce en lucidez: “Pero he visto por fin el reloj roto/ del exceso
asumimos consecuencia/ siendo cada vez menos, más amargos”. La sencillez de la expresión se unifica en la crudeza de las
imágenes y el tono reflexivo remitiéndonos a aquél aforismo de E.M Cioran: “Lo que sé arruina lo que
deseo”.
Las últimas palabras de esta reseña quisiera dejárselas a Luis García
Montero. Están extraídas de la contraportada del libro –si alguien ha dicho
algo mejor que tú, es mejor dejarlo como está– y coincido con ellas plenamente:
“Quien sabe desde joven
sentirse acompañado por la poesía puede acompañarnos con su palabra a los
demás, convertirnos desde hoy en sus lectores”.
Km.11 Tempus omnia vorat. Hablamos de Al umbral de la horas de Mario Vega, 2016, Valparaíso Ediciones
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