Km.20 La minoría silenciosa. Hablamos de Credo quia confusum de Fernando Arrabal, 2016, Huerga & Fierro Editores.
Tuve un sueño. Estaba frente al
espejo de mi cuarto de baño. Todo seguía ahí, con las salpicaduras de agua y
marcas de dentífrico. Trataba de reventarme un grano, eso era todo, un grano
como otro cualquiera, como cualquier otro desde mis doce años. Al presionar los
lados de mi mejilla, comenzó a salir de él el extremo morado de una lengua de
vaca que, a medida que presionaba, se hacía más y más visible y cuyo tamaño ocupó gran parte de mi rostro mientras seguía manando de esa
abertura. Después de unos centímetros en el exterior, esa lengua de vaca
caía al lavabo con apenas unas gotas de sangre que, al tocar el mármol, se convirtieron en tres muelas del juicio idénticas. El mismo
sonido, el mismo tamaño, la misma forma. Desperté.
Tras leer Credo quia confusum de Fernando Arrabal (Melilla, 1932), las
imágenes de esta naturaleza fueron recurrentes durante un par de noches . Y es que,
ya desde las primeras páginas del magnífico preámbulo de Raúl Herrero, el
lector se da cuenta de que tiene entre sus manos una obra muy singular tanto en
contenido como en forma. Esta poesía reunida da sus primeros coletazos con unas
breves e inusuales composiciones de poesía en prosa cargadas de imágenes
surrealistas que evocan incluso al Bosco en algunas de sus expresiones más
imaginativas. Esta primera piedra, tanto del camino como de la locura en la
poesía de Arrabal, es, si cabe, la que más interés suscita. Sin
abandonar el juego, porque Arrabal juega, sobre todo, con la expresión y el
lirismo desde el primer verso hasta el último, el grado de
expresividad alcanzado, especialmente en sus primeras composiciones, causa la admiración del
mismo André Bretón.
A esta primera parte le sigue Nueva
York, pero no aquél en el que Lorca nos sumergía a principios del siglo XX.
Arrabal no será asesinado por el cielo, ni verá al negro de Harlem, ni
acompañará al Niño Stanton por los corredores de su hogar; Fernando Arrabal nos
muestra con un leve aullido dentro de un espejo convexo, una reminiscencia gingsbergriana cuyo desconcierto es
crónico a medida que avanzan los versos que acompañan a las fotografías
recogidas.
Sin abandonar el humor y el juego,
porque eso es Arrabal, un artista que juega con el humor y la locura, su
intimidad también es manifiesta entre los versos de los llamados Poemas pánico. Reconozco que, a medida
que avanzas en esta poesía reunida, aquella secuencia de Infiltrados de Martin Scorsese en la que Jack Nicholson recuerda
las palabras de John Lennon “Soy un artista; dadme una puta tuba y seguro que
puedo sacar algo”, cobra sentido. Arrabal es un artista y su poesía es una
tuba. Con las siguientes notas, consigue crear otra de las creaciones más
originales de su trayectoria poética Mis
humildes paraísos. Entre estos poemas, protagonizados por distintos
insectos, Arrabal proyecta su sentimentalidad creando un paralelismo con todos
y cada uno de los insectos que elige para ello. Incluso en la apariencia más
sobria de estos poemas, podemos encontrar un imaginismo elaborado, tal vez no
del todo visible en una primera lectura, así como una profunda reflexión que,
en palabras de García Montero, es lo que es un poema a menudo: una reflexión.
Si mi predilección por la primera
parte de esta poesía reunida no era manifiesta, no podía olvidar, a modo de memorándum, uno de los poemas capitales
que con tanto acierto ha seleccionado el prologuista anteriormente citado. Clítoris, es, sin ninguna duda, uno de
los poemas más emblemáticos de nuestro autor. En él, se recogen prácticamente
todos los elementos característicos de la poesía de Fernando Arrabal con una
expresión y un dominio del ritmo en total lucidez. Este poema se desarrolla como
una sucesión de imágenes surrealistas cuya intención es definir ese punto de la
anatomía femenina. La progresión de las imágenes parte desde lo más asequible,
a elementos absolutamente bellos e irracionales que acaban definiendo esta oda
como una de las más imaginativas del autor. En la nota al pie, se nos revela su
traducción a múltiples idiomas, dato que nos revela con total claridad su
relevancia dentro de esta compilación y que reproduzco en lo sucesivo:
CLÍTORIS
(en toda inocencia)
Ventana de la mar para la tempestad y sus olas
Sol de la almendra para el dardo y sus trompetas
Luna del crepúsculo para lo lascivo y sus caprichos
Carne del impudor para el deseo y sus tumultos
Concubina del pubis para el macho y sus males
Pimentero de la fusión para la alcoba y sus tigresas
Armonía de la verticalidad para el carnívoro y sus
chupetones
Estampilla de lefa para el creador y sus
alucinaciones
Joya del orgasmo para flauta y sus dedos
Pleno de existencia para la intimidad y sus ritos
Taller del amor para el martirio y sus brasas
Corazón del espasmo para la eyaculación y la lamida
Flor del furor para el sádico y sus mordiscos
Molino de delicias para la pistola y sus tiros
Margarita de Eros para el libidinoso y sus fervores
Nicho de enigma para la penetración y sus rayos
Ciprina de adoración para el tallo y sus carnavales
Botón de ligue para el príapo y sus caprichos
Rosa de besos para el adorador y sus puros
Calibistri de locura para el bullicio y sus
dilecciones
Concha de seducción para lo precioso y sus himeneos
Escudo de delirio para el ruiseñor y sus caprichos.
Copete de ardor para la fantasía y sus nudos
Mandolina de calor para la flecha y sus intrigas
Fresa de diluvio para el delirium y sus tremens
Nido de culto para el marqués y sus ataduras
Cajón de erección para el clavicordio y sus pasiones
Mechón de embrujo para la daga y sus toques.
Tesoro de fiebre para el falo y sus quemaduras
Cetro de la llama para la ceremonia y sus frenesíes.
Yo creo. No sé
si porque es confuso, irracional, un juego de un autor ingenioso y de gran
sentido del humor o la muestra de que el surrealismo sigue tan presente como
entonces en la poesía española. Pero sé que Fernando Arrabal cree, porque es
confuso. Y después de salir de estas páginas, uno acaba con la sensación de
que, si la vida fuese un teatro, o para ser más actuales, un plató de
televisión, todos tendríamos a algún Campillo que sujetaría la mesa sobre la que se
bambolea nuestra razón, su razón.
Km.20 La minoría silenciosa. Hablamos de Credo quia confusum de Fernando Arrabal, 2016, Huerga & Fierro Editores.
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