No soy un hombre religioso. Ni siquiera me he preguntado por la
existencia de Dios. La única razón por la que estoy sentado en la sexta fila de
esta parroquia es que nadie me buscaría aquí. El refugio del cobarde; así lo
llamé durante los primeros minutos. Fingí rezar hasta que noté tibia la madera
del banco. Después, simplemente, no pensé en nada. Dios funciona. Al cabo de
una hora la fila estaba llena de tipos como yo. Podrían haber sido cualquier
otro tipo de persona, pero estaban ahí: las mismas manos, la misma postura curvándonos la espalda y los mismos ojos. Nunca fui bueno en esto
último. Sin embargo, para alguien incapaz de leer la mirada, sentirse entre
iguales es entender que uno es la medida de sus problemas.
Uno de esos hombres podría haber sido Juan Manuel Navas (Madrid,
1971). Tras La sonrisa del saltador (If
Ediciones, 2002) y El cáncer de las
mariposas (Endymion, Madrid, 2002) reaparece con La carne en calma, un canto al dolor confeso. Su poesía trata de mitigar la sed con carne cruda, y revela mediante un profundo conocimiento experiencial ‒como veremos‒ de esta emoción, la cual dota a su poética de una visceralidad inusitada.
Fuimos bellos y brutales se
presenta como el primero de los cuatro capítulos que forman el libro. La
ruptura de la unidad familiar, la relación padre e hijos y el dolor que suscita
la pérdida son los temas que unifican esta parte. “Fuimos bellos y brutales
cuando los padres arreciaron sin aliento/ y de nuevo merodean entre las ruinas
del hogar devastado”. Frente a este comienzo vemos los restos
de su Pompeya familiar: el desamor, el hogar roto y los hijos como únicas
valijas rescatadas del desastre. La importancia de estos últimos es tan
recurrente como capital. A través del existencialismo Unamuniano de San Manuel Bueno Mártir, presente en
versos como: “Fábula incierta del
condenado a tener fe”, el autor manifiesta su impotencia ante las
circunstancias y, pese a conocer la magnitud de su herida, continúa su labor.
Esta crudeza, alimentada por la culpa, nos trae de vuelta a Arthur Miller en Todos eran mis hijos con fragmentos
como: “Nadie espera que regrese del frente acarreando/ el botín del silencio” o
“Y he entrado en tu vida/ como un hijo que no vuelve de la guerra” donde
recordamos al personaje de Larry Keller, desaparecido en combate, a quien nadie
espera que vuelva, y que conoce el secreto de su padre.
Otro de los problemas a los que se enfrenta el autor es ese distanciamiento de sus hijos, que lo ven como un extraño: “Deambulo entre los hogares que he creado/ y allí están mis manos y mis hijos/ preguntándome quién soy” y, de alguna manera, son incapaces de perdonarle: “quién, tú, viajero sin maletas que vienes a pintar árboles en nuestros cuadernos blanco/ de dónde sacas todos esos lápices de colores dónde los guardas/ cada noche antes de dormir/ inquieto como un condenado”. La dureza de estos versos es demoledora; parece evidente que los hijos nunca somos capaces de perdonar a nuestros padres.
Aunque funcionan de manera independiente, los poemas actúan como
pequeños piezas de un poema de largo aliento que concluye con el poema
final “No fuimos bellos ni brutales/ no fue así”, que destila resignación al negar lo que afirmaba con los versos de entrada y cierra
de un modo circular el capítulo.
La segunda parte responde al título homónimo del poemario. En esta
ocasión el poeta aborda, como consecuencia de lo visto anteriormente, su
relación con una prostituta. Vemos cómo la urgencia por silenciar las
necesidades carnales entra en conflicto con la pérdida y el abandono. No sólo hay
redención, también el poeta trata de hallarse en el deseo. Mediante esta
relación clandestina está, no sólo calmando a la carne –como bien indica el
título‒, o proyectando su propia culpa: también se ve reflejado en ella. “Ya no
eres la mujer de nombre cambiado, eres una esposa herida bajo el fuego amigo de
los merodeadores”. La prostituta funciona a su vez como el símbolo de su caos
interno, convirtiéndolo en una especie de apátrida sentimental. Como
consecuencia de esa identificación, surge una postura escéptica en respuesta
a la ruptura familiar: “dicen que tendrían más hijos, una familia como la suya/
dicen y dicen” y un posterior desengaño que seguirá manifiesto a lo largo del libro. El tratamiento del sexo también tiene una presencia reseñable. En
su novela El amante, Marguerite Duras
escribió: “Debe hacer mucho el amor
para lugar contra el miedo” en referencia a su amante, Lee, porque es el miedo
al abandono y no la soledad lo que destruye al hombre. “Date la vuelta ahora,
ahora quiero más, dentro de ti/ nacer de tu herida y volver a unir nuestra
sangre/ a través de este cordón umbilical, erecto, caliente/ recién horneado”. Estos
versos denotan una ausencia de pasión donde impera el miedo. Por ello, finalmente,
vemos que el poeta trata de desembarazarse de esta relación de un modo cínico,
puesto que, en última instancia, no deja de ser algo pasajero: “Y no tendré que
arrancarme los ojos cuando me cruce contigo/ yo no soy Edipo y a ti te encontré
en la calle” o “Ni siquiera recuerdo tu nombre cambiado” que bien pudiera
recordarnos a las últimas palabras de Leonard Cohen sobre Janis Joplin en Chelsea Hotel #2.
En Nadie, se produce un
cambio de registro leve y el poeta adopta un enfoque más introspectivo. Esta
parte puede entenderse como un paso desde la culpa hacia la negación del yo,
como bien queda patente en los versos: “he esperado el indulto que no llega y
he matado guerras injustas como si fuese noviembre y todavía recordase/ tu
olor/ pero mi nombre es nadie y no estoy aquí”. Será a partir de este momento
donde empieza la búsqueda, bien del propio perdón o bien de la asunción de los
actos.
Así como en el Lazarillo de
Tormes hay una carencia de narrador por la poca importancia del personaje –el
cual se ve obligado a narrar su propia historia‒, aquí la ausencia de títulos
en los poemas durante estos tres capítulos denota un rechazo en sus acciones. Como
ya sabemos, no es necesario titular un poema; no obstante, en este caso da la
sensación de que al no titularlos, permite tomar cierta distancia desde la que
contemplarlos sin horror y, por tanto, resultar menos nocivos, como si se
tratase de un desarraigo poético. En la versificación también encontramos matices
destacables que se mantienen hasta este punto desde el comienzo: en la mayoría
de los poemas hay un tratamiento caótico del versículo, a menudo sin una
candencia rítmica regular y ausente de versos de arte menor, que funcionan como medio para dibujar ese
mundo interno en conflicto.
El punto y final lleva por título Escenarios
perdidos. Formalmente, y en contraposición a los capítulos anteriores,
aparecen los primeros poemas titulados y una presencia del verso más regular,
que combina versículos más sobrios, y un ritmo más fluido. Esta última parte
está pensada como un breviario sobre la pérdida, manteniendo esa línea introspectiva.
Se trata también de un canto a la redención, reforzado por la aparición de
conceptos litúrgicos: “Yo no sé rezar/ Sólo digo mi plegaria a un dios menor,/
a un hombre que no conocí,/ que nada me enseñó/ que no volverá”.
No soy un hombre religioso. El párroco va y
viene por el pasillo que forman las filas, pero no se detiene en la nuestra.
Cuando Dios dejó de funcionar, imaginé cómo sería si se acercase. Tal vez, alguno
de estos hombres hablaría con él, y yo me limitaría a escuchar. Tal vez, nos recordaría
alguna cita de Job: “No tengo calma, no tengo paz/ no hallo descanso; sólo la
turbación me invade”, o algo así. Son los únicos versículos que recuerdo. Miro a mi alrededor esperando que rompan el silencio Es
inútil, nadie habla de dolor aquí. El párroco sigue su paseo. Instantes antes
de marcharme, entendí que no se acercaría a nosotros. No tenemos nada que ver
con Job. Tal vez sí con Caín. Qué vieja nuestra estirpe…
Km.14 Job 3:26. Hablamos de La carne en calma de Juan Manuel Navas, 2015, Amargord Ediciones.
Reviewed by Anónimo
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12:30
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Lei el libro en su moento pero después de la buenísima reseña que le hace Hanníbal Becquer tendré que volvermelo a leer. Un abrazo
ResponderEliminarBuenos días, soy Chelo de la Torre, administradora del blog Leo y comento en el que publicamos reseñas de libros y me gustaría, si es posible, publicar en él esta reseña.
ResponderEliminarQué me dices?
Por supuesto que lo haría haciendo referencia a este blog. Por si quieres decirme algo por privado te dejo mi correo
leoycomento@gmail.com
Un saludo.